Cuando las vacaciones se terminan
Las vacaciones son una porquería: están planteadas para que tengas una vida irreal por un puñado de días: comés distinto, vas a lugares diferentes, ves gente que no ves nunca, dormís hasta tarde, salís a cualquier hora, te clavás una cervecita sin pudores ni explicaciones. Eso, que se parece a la buena vida, no puede durar mucho tiempo. Y no dura.
Cuando a uno se le terminan las vacaciones, por lo menos a este servidor (tremendo servidor: me serví mucho todas las vacaciones y así estamos ahora), de golpe tiene una consigna personal, rápidamente adoptada como causa por toda la familia, vigilante, que es la de tratar de parar el ensanchamiento de calzada, banquina y colectora, intentar volver al camino normal, descartado que se ha perdido para siempre el virginal senderito original.
En vacaciones, uno (por lo menos este uno) venía engordando a razón de seiscientos gramos por día, un elefantito rosado, rozagante, feliz, ensanchado de cuerpo y alma. El aterrizaje fue violento: cero pan y harinas, cero chupi y rápida y estricta dieta de verduras y frutas, con agua, caminatas (no me van a pedir que trote, ¿verdad? Las calles de Santa Fe ya están muy dañadas para meterle este peso encima) y vida “sana” (sana era la vida de las vacaciones, carajo).
Uno le pone ganas a la nueva austera vida post vacaciones. Uno redescubre el sano vigor de un bifecito y una buena ensalada; uno compruebe que se puede vivir, nomás, toda una rareza, sin birra ni un vasito de totín. Hasta es probable que comprendamos que así es mejor, que así está bien, y que todo lo demás era superfluo, agregado, exceso.
Hay igual un montón de factores que quieren interrumpir tu regreso lineal a esa vida sana y estricta. Por ejemplo, los cumpleaños. En mi familia, los cumpleaños están preparados y amartillados enseguida después de las vacaciones, como para poder matizar un puñado de días de abstenciones con una cerveza que sabe a gloria. Uno entiende de golpe el valor afectivo de un buen pedazo de pizza. O el reencuentro con un helado o un pedazo de torta. Vienen reminiscencias inmediatas, secretas, desde el fondo de nuestro cuerpo, que recuerda súbitamente los manjares recientes probados y abandonados de cuajo, como un amor de vacaciones.
El resto de la familia o los amigos también se encaprichan en llevarte por el buen mal camino. Néstor, ¿cómo que no te vas a tomar un vasito de cerveza? te dicen seductores y amables tus cuñados o tus suegros cuando vos fuiste a cumplir con la visita de cortesía post vacaciones. Al lado te codean o te pisan pero vos tenés enfrente de nuevo un vasito espumante y bien frío.
Como querés hacer vida sana te juntás con los vagos para jugar al fútbol, al tenis, al paddle y, se sabe, vos no podés ser tan amargo de irte sin probar un vaso y una picada en el tercer tiempo.
Así que ahí andamos con una espasmódica vida sana, cortada cada dos o tres días, felizmente atravesada por esas cuestiones sociales que te sacan por unas horitas el cepo hogareño de espinacas, manzanas y agua, agua, agua.
Hacemos esfuerzos genuinos, heroicos, para bajar un par de kilos, pero luego está la base continental, firme es decir, blandaà- que no baja tan sencillamente. Vienen las renuncias, las rebeldías, los yo ya estoy podrido de lechuga, entre otros. Sentís que no tiene sentido tanto esfuerzo, que a vos ya te gustan determinadas cosas que no querés resignar por un par de pares de pares de kilos de más.
Uno pasa a ser un bebedor y comedor social, un eufemismo que intenta decir que felizmente todavía hay gente sensata que te quiere bien y te invita a una reunión en la que se le escapa a la rigurosa dieta. Y hablando de dietas. ¿Ustedes vieron que un legislador se baje solo, se recorte su dieta? Al contrario, aumentan su dieta. Gente sabia que puede representarnos plenamente.
Y acá estamos, cuidando nuestro físico y dejando que ustedes, lujuriosos, se pierdan y confundan en este mundo que halaga vanamente los sentidos. No los envidio nada. Sólo les pido que me inviten a algo cada dos días. Una especie de régimen de visitas para cortar el régimen. Es que, no sé si les dije, se terminaronn las vacaciones.
En vacaciones, uno (por lo menos este uno) venía engordando a razón de seiscientos gramos por día, algo así como un elefantito rosado, rozagante, feliz, ensanchado de cuerpo y alma.
Fuente: http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2009/02/28/nosotros/NOS-21.html
Cuando a uno se le terminan las vacaciones, por lo menos a este servidor (tremendo servidor: me serví mucho todas las vacaciones y así estamos ahora), de golpe tiene una consigna personal, rápidamente adoptada como causa por toda la familia, vigilante, que es la de tratar de parar el ensanchamiento de calzada, banquina y colectora, intentar volver al camino normal, descartado que se ha perdido para siempre el virginal senderito original.
En vacaciones, uno (por lo menos este uno) venía engordando a razón de seiscientos gramos por día, un elefantito rosado, rozagante, feliz, ensanchado de cuerpo y alma. El aterrizaje fue violento: cero pan y harinas, cero chupi y rápida y estricta dieta de verduras y frutas, con agua, caminatas (no me van a pedir que trote, ¿verdad? Las calles de Santa Fe ya están muy dañadas para meterle este peso encima) y vida “sana” (sana era la vida de las vacaciones, carajo).
Uno le pone ganas a la nueva austera vida post vacaciones. Uno redescubre el sano vigor de un bifecito y una buena ensalada; uno compruebe que se puede vivir, nomás, toda una rareza, sin birra ni un vasito de totín. Hasta es probable que comprendamos que así es mejor, que así está bien, y que todo lo demás era superfluo, agregado, exceso.
Hay igual un montón de factores que quieren interrumpir tu regreso lineal a esa vida sana y estricta. Por ejemplo, los cumpleaños. En mi familia, los cumpleaños están preparados y amartillados enseguida después de las vacaciones, como para poder matizar un puñado de días de abstenciones con una cerveza que sabe a gloria. Uno entiende de golpe el valor afectivo de un buen pedazo de pizza. O el reencuentro con un helado o un pedazo de torta. Vienen reminiscencias inmediatas, secretas, desde el fondo de nuestro cuerpo, que recuerda súbitamente los manjares recientes probados y abandonados de cuajo, como un amor de vacaciones.
El resto de la familia o los amigos también se encaprichan en llevarte por el buen mal camino. Néstor, ¿cómo que no te vas a tomar un vasito de cerveza? te dicen seductores y amables tus cuñados o tus suegros cuando vos fuiste a cumplir con la visita de cortesía post vacaciones. Al lado te codean o te pisan pero vos tenés enfrente de nuevo un vasito espumante y bien frío.
Como querés hacer vida sana te juntás con los vagos para jugar al fútbol, al tenis, al paddle y, se sabe, vos no podés ser tan amargo de irte sin probar un vaso y una picada en el tercer tiempo.
Así que ahí andamos con una espasmódica vida sana, cortada cada dos o tres días, felizmente atravesada por esas cuestiones sociales que te sacan por unas horitas el cepo hogareño de espinacas, manzanas y agua, agua, agua.
Hacemos esfuerzos genuinos, heroicos, para bajar un par de kilos, pero luego está la base continental, firme es decir, blandaà- que no baja tan sencillamente. Vienen las renuncias, las rebeldías, los yo ya estoy podrido de lechuga, entre otros. Sentís que no tiene sentido tanto esfuerzo, que a vos ya te gustan determinadas cosas que no querés resignar por un par de pares de pares de kilos de más.
Uno pasa a ser un bebedor y comedor social, un eufemismo que intenta decir que felizmente todavía hay gente sensata que te quiere bien y te invita a una reunión en la que se le escapa a la rigurosa dieta. Y hablando de dietas. ¿Ustedes vieron que un legislador se baje solo, se recorte su dieta? Al contrario, aumentan su dieta. Gente sabia que puede representarnos plenamente.
Y acá estamos, cuidando nuestro físico y dejando que ustedes, lujuriosos, se pierdan y confundan en este mundo que halaga vanamente los sentidos. No los envidio nada. Sólo les pido que me inviten a algo cada dos días. Una especie de régimen de visitas para cortar el régimen. Es que, no sé si les dije, se terminaronn las vacaciones.
En vacaciones, uno (por lo menos este uno) venía engordando a razón de seiscientos gramos por día, algo así como un elefantito rosado, rozagante, feliz, ensanchado de cuerpo y alma.
Fuente: http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2009/02/28/nosotros/NOS-21.html
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